LA CIENCIA Y SUS DEMONIOS
Ni todo es ciencia ni todo es demoníaco, pero en todo hay ciencia y todo tiene algo de demonio. Cómo sino explicar los hechos que ocurrieron aquella noche del verano del 62?
Estábamos los cuatro en el porche sur. La noche era tranquilña, cálida, de mediados de julio. El cielo estaba lechoso por la enorme luna llena que reinaba en el firmamento. Todo se teñía del blanco desleido de la luz de luna. Los prados, las huertas, los caminos… eran bien visibles y el mar, a lo lejos, tras las suaves lomas que lo separaban de nosotros, brillaba como en una postal cursi del trópico. Solo que aquello era real.
Conversábamos desinteresadamente, sin prisas, alargando las horas, con la desidia de las noches de verano cuando sabes que no tendrás que madrugar al día siguiente. Nigún tema en particular. Lo mismo hablábamos de la última película que se había estrenado en Madrid, que saltábamos a los fuegos artificiales del año pasado y que no tenían ninguna relación ni parecido con la película. Ninguno nos esforzábamos lo suficiente como para mantener durante mucho más de cinco minutos nuestro punto de vista particular sobre lo que fuese. Así de desinteresados estábamos, disfrutando plenamente la hermosa noche estival, con todos los sentidos abiertos. Y sin embargo, ninguno queríamos interrupir esa reunión nocturna, lo más parecido a la dolce far niente del estío italiano, todos queríamos alargar la noche hasta que la palidez del alba despertara por el este. Solo que, aquella noche, el alba no apareció por el este. Ni tampoco apareció cuando se esperaba. Sino antes, unas horas antes. Igual que cualquier amanecer, la luz fue llegando con lentitud, invadiéndolo todo, gris al principio y un poco más blanca cada minuto. Igual que cualquier amanecer con el cielo despejado completamente. Las estrellas, pocas visibles aquella noche de luna llena, se iban diluyendo en el blanco del alba. La luna pasó de blanca radiante, casi hiriente, a blanca traslucida sobre fondo azul. Como cualquier amanecer de verano de cualquier otro día. Y sin embargo, la diferencia, la enormemente sutil diferencia era que no era como cualquier amanecer. No era como ninguno de los amaneceres de todo el mundo. No, aquel amanecer a destiempo