Una agenda Moleskine

El encuentro tuvo lugar en los salones de un antiguo bar, algo recargado de espejos y terciopelos. A sus más de cincuenta años cada uno, a Margot y a Antonio les bastaron unas cuantas miradas y apenas una hora de conversación. Después, esa misma tarde, Antonio pidió a Margot que le enseñara su casa, a la que llegaron tras un corto paseo. Una vez en casa de Margot, Antonio se tomó su tiempo para visitar las estancias, que inspeccionó minuciosamente; se sentó en el sofá, los sillones y las sillas del comedor; encendió la televisión e hizo uso del cuarto de baño; pidió a Margot que se tumbara en la cama y después se tendió junto a ella.

Después, Antonio abrió una agenda Moleskine, que siempre llevaba consigo, y escribió algunas notas. Mientras escribía, le dijo a Margot que también deseaba conocer a sus amigos.

Una semana más tarde, Margot dio una cena en su casa, a la que acudieron sus mejores amigos. Una vez hechas las presentaciones, Antonio charló con todos ellos, sumándose a los pequeños grupos que se formaban en el comedor, la cocina, el salón o la terraza, lugar que escogió para unas cuantas conversaciones tête a tête con algunos de los invitados.

Una vez acabada la velada, Antonio abrió la agenda Moleskine y escribió algunas notas. Mientras escribía, le dijo a Margot que deseaba conocer detalles acerca de su actividad profesional.

Al día siguiente, Margot citó a Antonio en la galería de arte que regentaba. Allí, Margot explicó a Antonio algunos entresijos del negocio y le informó cumplidamente del balance de ingresos y gastos. También le presentó a su principal colaboradora, que resultó ser una mujer a la que ya conocía, pues figuraba entre los invitados a la cena del día anterior.

Una vez concluida la visita a la galería, los dos fueron al bar algo recargado de espejos y terciopelos donde se habían conocido. Allí, Antonio sacó nuevamente su agenda Moleskine y volvió a escribir y a dibujar algunos croquis. Después, comunicó a Margot que partía para un largo viaje que le haría ausentarse durante cerca de un mes. Convinieron en verse en cuanto volviera. Antes de despedirse, Antonio entregó a Margot la agenda Moleskine.

Un mes más tarde, Antonio volvió del viaje y de inmediato llamó a Margot, que le citó en su casa. Allí, Antonio pudo comprobar que Margot había seguido fielmente las indicaciones anotadas en la agenda: los cortinajes tenían ahora el color y textura requeridos, al igual que la tapicería del sofá; los muebles del salón estaban dispuestos tal y como se indicaba en los croquis; Margot había hecho traer el sillón preferido de Antonio y lo había situado frente a la televisión; las sillas del comedor –demasiado rígidas– habían sido sustituidas por otras mucho más cómodas; el dormitorio contaba ahora con una cama nueva y otra mesita de noche, del lado donde, si todo iba bien, dormiría Antonio.

Después, Margot llevó a Antonio a la galería de arte. Durante el trayecto, que hicieron en taxi, Margot le explicó que, siguiendo las anotaciones contenidas en la agenda, se había distanciado de algunos de sus amigos lo suficiente para no considerarlos ya entre sus íntimos. No volvería a invitarlos a su casa, y de ese mismo modo sería tratada por ellos. Cuando llegaron a la galería, Antonio pudo comprobar que, siguiendo sus indicaciones, en la fachada lucía un nuevo rótulo. Ya en el interior, Margot le puso al tanto del cambio de orientación de la galería, siempre de acuerdo con las notas de la agenda. Así mismo, le informó de que había despedido a su colaboradora principal, la mujer que también había acudido a la cena, una de las amigas de la que se había distanciado.

Luego, los dos fueron al bar de los espejos y terciopelos donde todo había comenzado. Bella como nunca, Margot recostó su cuerpo en un mullido sillón y, al cruzarlas, descubrió sus muy bien contorneadas piernas. Habiendo satisfecho Margot todos los requisitos, correspondía ahora a Antonio –tal y como se estipulaba también en las notas de la agenda–, declararle su amor. Y, por tanto, su firme propósito de compartir con ella vida, casa, lecho, amigos –y quién sabe si también negocio–, durante los años venideros. Sin embargo, y dejándose llevar por lo que pareció ser un arrebato de curiosidad, Antonio quiso formular a Margot una pregunta previa. Quiso saber qué ocurriría con los cambios realizados si, a pesar de todo, no llegara él a declararle su amor. Quiso saber si Margot mantendría dichos cambios –en la casa, con los amigos, en el negocio– o si, por el contrario, se apresuraría a deshacerlos.

‘Ah amigo –pensó decir Margot–, ¿te das cuenta de que me estás pidiendo explicaciones? Me preguntas ahora qué hay detrás de mi amor ¿Acaso pregunté yo? Pero si yo pudiera explicarte…. ¿Sería entonces verdadero amor?’

«Ah amigo…». Suspiró Margot mientras encendía un cigarrillo, exhalaba el humo y miraba al hombre detenida, largamente. Luego sacó de su bolso la agenda Moleskine y se la entregó a Antonio, quien de inmediato supo que esa era la despedida y que nunca más volvería a ver a Margot –ni por tanto llegaría jamás a saber si mantendría o desharía los cambios–.

Cuando Margot se fue, todavía sin acabar el cigarrillo, Antonio pidió otro café. Después abrió la agenda Moleskine y escribió unas notas.