Estoy leyendo el Tristram Shandy

La vida y opiniones del caballero Tristram Shandy-Laurence Sterne
Estoy leyendo el Tristram Shandy, que su autor, Laurence Sterne, comenzó a publicar en 1760 en Inglaterra, libro del que tenía excelentes referencias, proporcionadas sobre todo por el novelista español Javier Marías, que es quien traduce la edición de Alfaguara que adquirí una calurosa tarde de este mes de agosto, trabajo por el que recibió un flamante Premio Nacional de Traducción.
Escribo “estoy leyendo” con toda propiedad, aunque esto mismo, según se cuenta, le dijo una señora en Montevideo a Augusto Monterroso acerca de su afamado y brevísimo relato, pues no llega a medio tuit, sobre despertares y dinosaurios. “Estoy leyendo su relato”, le dijo. Estupefacto, Monterroso decidió seguir empleando el mismo tiempo verbal, y no sin cierta rechifla –suponemos– le preguntó: “Ah, ¿y le está gustando?” “No lo sé, todavía voy por la mitad” respondió impertérrita la señora.
Estoy leyendo el Tristram Shandy, voluminoso libro de 717 páginas –de las cuales 575 corresponden a la novela en sí– y muy reducido tipo de letra. El volumen incluye una introducción de la que es autor el profesor Andrew Wright, una cronología de Laurence Sterne, un comentario a la traducción escrito por Javier Marías, autor también de las cuantiosas y muy esclarecedoras notas al texto. Incluye así mismo algunos de los sermones del autor. Pues Laurence Sterne fue vicario en Yorskshire y tuvo como una de sus principales ocupaciones la prédica religiosa. Según parece, no gozaba de especial empatía. En cuanto aparecía en el púlpito, la mitad de la parroquia abandonaba la iglesia. Tal era su fama de sermoneador plomizo.
Según reza en la contraportada del volumen, es el libro favorito de Javier Marías, quien afirma que es, a un mismo tiempo, la novela clásica más cercana al Quijote y a la literatura de nuestra época. Es venerado también por Nietzsche, según se afirma en la solapa de la portada, y Joyce, Beckett, Cabrera Infante o Kundera son considerados descendientes directísimos y confesos de Sterne.
Vistos estos antecedentes, me pregunté qué opinión puede merecerle el Tristram Shandy –única novela que escribió Sterne– a alguien como Harold Bloom, el gran pope de la crítica literaria. De modo que busqué –y conseguí encontrar en un remoto rincón de la vivienda en que resido– su reputado Canon Occidental, para averiguar que Mr. Bloom no hace comentario alguno al Tristram Shandy. Se limita, eso sí, a mencionar a Laurence Sterne en el catálogo final del libro, que relaciona a varios centenares de autores, entre los que predominan los anglosajones. De todos ellos, sólo a aproximadamente la mitad le dedica algún comentario. Si la novela de Laurence Sterne contiene muchas referencias al Quijote –y muchas menos a las obras de Shakespeare–, en el Canon sucede lo contrario: para Bloom, la obra de Shakespeare es el genuino Canon –junto a la de Dante y Walt Whitman, si no recuerdo mal–. De Cervantes y su Quijote escribe con cierta desgana y carencia de entusiasmo, como quien cumple con una obligación académica. Divide Mr. Bloom su Canon en edades, situando a Sterne en la Edad Aristocrática, en la que solo aparecen textos de autores italianos, españoles, ingleses, franceses y alemanes. Más adelante, en las edades más cercanas a nuestra época, se incluyen obras de autores de otras nacionalidades: rusos, húngaros, polacos y… catalanes, que Mr. Bloom diferencia de los españoles. Así, menciona –pero también sin dedicarles comentario alguno– a seis autores catalanes, entre ellos Salvador Espriu, Carles Ribas y Mercé Rododera.
Y me dirán ustedes que a cuento de qué tanto Harold Bloom, Monterroso, Espriu y que lo que pasa es que me estoy yendo por las ramas. Pues si ustedes piensan que me voy por las ramas, lean el Tristram Shandy. Léanlo y verán entonces lo que es irse por las ramas o por los cerros de Úbeda –que se nos antojarían diminutos; mejor haríamos refiriéndonos a las cumbres del Himalaya–.
Desde luego, el primero en reconocerlo es Laurence Sterne, cuando, ya en el capítulo 6, hace toda una declaración de principios acerca de lo que va a ser su obra: “Y si de vez en cuando parece que me entretengo por el camino, o que a veces, durante unos segundos y mientras pasábamos de largo, me pongo un cucurucho con un cascabel, no se esfume usted, sino más bien concédame cortésmente crédito y confíe en que en mí hay más sabiduría de la que muestran las apariencias; y a medida que avancemos, dando tumbos y a trompicones, bien ríase usted conmigo, bien hágalo usted de mí, o, en suma, haga lo que prefiera, pero no pierda usted nunca el humor”. Esta forma de dialogar con el lector es permanente en el Tristram Shandy. Ocurre que Sterne se deja llevar por una irrefrenable tendencia a abandonar la peripecia narrativa, ya de por sí algo difusa, que trata de las regocijantes andanzas de la familia de Tristram cuando él todavía no había nacido –en el momento de la novela en que me encuentro–. Ahora bien, tarde o temprano, aplica su ingenioso humor a intentar justificar estos abandonos con reflexiones como la que sigue, al comienzo del capítulo 19 del volumen II: “He bajado el telón (solo un minuto) para recordarles a ustedes una cosa –y contarles otra. Lo que tengo que contarles, está, lo reconozco, un poco fuera del lugar que le corresponde; pues debería habérselo dicho hace ciento cincuenta páginas…” Pero no siempre es tan condescendiente Sterne con sus lectores. En ocasiones, reivindica con brío su libertad creadora, como al principio del capítulo 23: “Me apetece mucho empezar este capítulo de una forma disparatada, y la verdad es que no pienso ponerle traba a mis antojos; en consecuencia, comienzo así:” Cierto que, en general, procura buscar la complicidad de sus lectores, como cuando tiene la pomposa deferencia de comunicarles que la peripecia narrativa se reanudará en la página número tal, en la que volverá al diálogo entre dos personajes, interrumpido hace ya algunos capítulos. Aunque también puede ocurrir que se desentienda de ellos para permitirse dar un buen puñado de consejos a los críticos que en el futuro lean su obra. En coherencia con este diálogo permanente, y con su manera de narrar, no podía faltar un capítulo (el 22 del volumen I) que Sterne dedica casi íntegramente a explicar en qué consiste una digresión –lo que supone otra digresión más, como es lógico– “A causa de este esquema la maquinaria de mi obra es muy especial, por no decir que única en su género: se han introducido en ella dos movimientos contrarios, que se pensaba que estaban en discordia el uno con el otro, y se los ha reconciliado. En una palabra, mi obra es digresiva y también progresiva, –y es ambas cosas a la vez”. Y añade algunos párrafos después: “Las digresiones son, sin duda alguna, como el resplandor del sol, son la vida, el alma de la lectura; quítenselas a este libro, por ejemplo, y sería lo mismo que si quitaran de en medio el libro entero.” –¿Entienden ahora por qué Tristram Shandy es el libro favorito de Javier Marías? –Pero también advierte de los peligros de la digresión al hablar de cómo las aborda el autor: “cuyo sufrimiento en este asunto es en verdad digno de compasión: pues advierto que si empieza una digresión, desde ese instante su obra enmudece por completo; y si prosigue con la obra principal, entonces adiós a la digresión”. Efectivamente, todo un dilema, nunca fácil de resolver.
Confieso que alguna de estas digresiones me ha producido, en principio, una irritante pereza, y que he considerado fastidiosa la interferencia. Me refiero en concreto a una deliciosa escena entre Mr. Shandy (el padre de Tristram), su hermano Toby y el doctor Slope, que ha acudido a la mansión de Shandy a ayudar a la partera a traer al mundo a Tristram. Esta escena, repleta de regocijantes diálogos y situaciones, se ve interrumpida cuando el criado de Toby encuentra en un libro unas hojas sueltas que contienen un sermón religioso y se dispone a leerlo. Como el párrafo contiene el aviso de una anotación, me fui directamente al final del libro, donde se relacionan éstas, y ocurrió lo que me temía: se trata de un sermón que ya tenía escrito Sterne para una de sus plomizas prédicas. Sin embargo, el sermón que lee el criado, plagado de consideraciones teológicas y morales, se ve también gozosamente interrumpido por los ingeniosos comentarios que, a modo de contrapunto, introduce Sterne. Son prolijos comentarios acerca de la entonación que está empleando el criado en la lectura del sermón, e incluso sobre la postura física que ha adoptado para hacerlo. Para alguno de sus oyentes, la entonación es demasiado fría; para otro la postura es sobremanera erguida; otro, en cambio, encuentra la postura adecuada, pero opina que el tono es demasiado apasionado. Y así sucesivamente.
Estoy leyendo, como decía al principio, el Tristram Shandy de Laurence Sterne. Calculo que he leído algo menos de un tercio de la novela, una proporción que si bien es escasa, se ve compensada por la relativa abundancia de páginas trasegadas –143–. Nunca he sido un lector muy transigente –o perseverante, si lo prefieren–. O quizá nunca he sido un buen lector. Pueden bastarme 20 o 30 páginas para desechar una novela a perpetuidad, con independencia de su extensión total y de su éxito de crítica –y no digamos de público–. Y, a medida que voy entrando en años, parece que el hábito va a más. Volviendo a cálculos y proporciones, calculo que en este momento me quedan para deleitarme –así lo espero– en el Tristram Shandy algo más de dos tercios de la obra, ahora que las noches ya no son cálidas, se acortan los días, se presiente la llegada del frío y empieza uno a pensar en remedios que propicien el cobijo de un reconfortante calorcillo.

LECTURAS MENCIONADAS
Tristram Shandy
Laurence Sterne
Alfaguara, 1999
El canon occidental
Harold Bloom
Compactos Anagrama, 2013

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